Hace frío. El hogar,
ceniciento y sucio,
es lugar para telarañas.
Las tazas están vacías,
todas o quizá sólo dos.
En todo caso, nada que
pueda remediar.
Y el último sorbo
en mi trémula garganta,
néctar de añoranzas,
se escapa veloz.
A veces lo entiendo;
otras veces, no.
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