lunes, 5 de septiembre de 2011

De Santiago Pfleiderer

El cielo nocturno está embarrado
por la tierra, las cenizas
y ese viento del orto
que pixela los ojos
y se lleva
a la mierda
todo lo que había traído
para vos.
El Paseo de las Artes
está bostezando mal
como un maleducado
en el cine
y sólo quedan las gordas
y travestis
vendedoras de merca
y de petes
policiales y tacheros.
Ahí pasa el chorito en la moto
sin luces
buscando la cartera
más donada de la zona.
Esa flaca viene chupadaza
con los tacos pedorros puestos
caminando como en
un cartón de huevos,
como un ternero
recién nacido.
Veo las luces de las
ventanas de los
edificios
y me pregunto
¿en cuál de todos
los departamentos
estarán garchando ahora?
Los bares de Güemes
roncan
con aliento
a vino y a tabaco.
¿Dónde estás
la puta que te parió
que me quiero ir
con vos?
Sólo sombras pasan
por las esquinas rosadas
y no sos vos
con tu sonrisa
y tu arsenal de amor atómico
por explotar entre las sábanas.
Son las gordas y travestis.
Y estoy parado
como un pelotudo
esperándote
mientras en los edificios garchan
y a un remisero le
chupan la pija
en la esquina.
Me tomaría un barril
de cerveza tirada,
de porrón negro helado,
y te mordería la boca
como a una porción
de Selva Negra.
La brasa del pucho chisporrotea
mientras babeo el filtro
y meo en la pared
esperando trepar por
tu cuerpo de cerro nevado,
agarrándome bien
para no volver a caer,
y llegar a la cima
de tus pechos
dormir en tu vientre
despertar con tu aliento
y así
comerte
despacito
los labios
y sentir
tu lengua
jugando
con la mía
mientras
te descubro
desde tus piernas
y tu culo
hasta
tu espalda
y tu cuello
pasando por
tus brazos
de gaviota nocturna
y perderme
de repente
en ese Big Bang
que hay
entre tus piernas
mientras en los edificios
todos cojen
y en la esquina
está el Suoem
haciéndose tirar la goma
por las gordas y travestis
mientras yo te espero
con la tierra, las cenizas
y este vientito del orto.

domingo, 4 de septiembre de 2011

En orsái

Va entrando la noche, como un tango firme, endemoniado. Las calles, poco a poco, se abren a mis pies, y se arriman. No se ven las estrellas, no se ve más allá de las nubes espesas. Y la luz, esa luz amarillenta; los adoquines, las esquinas, los puestos ambulantes; todo eso que me hace pensar en algo que no está, que no sé con seguridad qué es. ¿Un recuerdo vacío, tal vez?. Yo no sé, che. Pienso que tengo la memoria está hecha de agua y que por eso, cada vez que trato de recordar algo, ruedan gotas a través de mis ojos. Un gato se asoma sobre una tapia. Seguramente, tiene frío; yo misma tengo frío. Las elucubraciones no se detienen. Estoy intentando recordar, pero empiezan ellas, gotas fastidiosas, a golpear mis párpados. Confieso que no me agrada, entonces apresuro el paso. ¡Qué estupidez! Como si eso pudiera hacerme salir de esta embarazosa situación simplemente caminando más rápido. Ahora estoy ya lejos, a varias cuadras de esa luz, de esa esquina, de ese gato; y, sin embargo, he aquí la tragedia: todas las esquinas son iguales, todas me llevan allá; a ese cielo de Trejo sin estrellas, lleno de vino y cerveza, calles de olor a mierda, con recuerdos de mierda. Y todo en mi memoria es como el agua que desborda.