lunes, 14 de marzo de 2011


Esperaba, 
esperaba 
y todavía 

y siempre 
esperando, 
esperando 
con todas las arterias, 
con el sacro, 
el cansancio, 
la esperanza, 
la médula; 
distendido, 
exaltado, 
apurando la espera, 
por vocación, 
por vicio, 
sin desmayo, 
ni tregua. 
Para qué extenuarme en alumbrar recuerdos 
que son pura ceniza? 
Por muy lejos que mire: 
la espera es ya conmigo, 
y yo estoy con la espera... 
escuchando sus ecos, 
asomado al paisaje de sus falsas ventanas, 
descendiendo sus huecas escaleras de herrumbre, 
ante sus chimeneas, 
sus muros desolados, 
sus rítmicas goteras, 
esperando, 
esperando, 
entregando a esa espera 
interminable, 
absurda, 
voraz, 
desesperada. 

Sólo yo... 
Sí! 
yo sólo 
sé hasta dónde he esperado, 
qué ráfagas de espera arrasaron mis nervios; 
con qué ardor, 
y qué fiebre 
esperé 
esperaba, 
cada vez con más ansias 
de esperar y de espera. 

Ah! el hartazgo y el hambre de seguir esperando, 
de no apartar un gesto de esa espera insaciable, 
de vivirla en mis venas, 
y respirar en ella 
la realidad, 
el sueño, 
el olvido, 
el recuerdo; 
sin importarme nada, 
no saber qué esperaba: 
siempre haberlo ignorado! 
cada vez más resuelto a prolongar la espera, 
y a esperar, 
y esperar, 
y seguir esperando 
con tal de no acercarme 
a la aridez inerte, 
a la desesperanza 
de no esperar ya nada; 
de no poder, siquiera, 
continuar esperando.

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